No es el azul, el pardo, el gris, el negro
el color que te viste la mirada.
El color de tus ojos es de sino.
@_ironica1_
el color que te viste la mirada.
El color de tus ojos es de sino.
@_ironica1_
Dueña de ti misma
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Una noche te vi tan inclinada a abandonarte a ti misma por unos astros, que me brotaron voces repentinas del pecho y te hablé así: ¿Qué van a hacer las hojas? Están presas a las ramas del árbol; se lloran a sí mismas, como lágrimas verdes, cuando llueve. Y el día que se sueltan, como no tienen pies ni manos, son del primer viento que las arrebata, del punto cardinal que menos quieren. Viven atormentadas y crujiendo si un huracán las toma por amantes. O son felices si un adolescente céfiro retrasado las coge por el talle, como novias primeras y las lleva por el espacio en valses lentos. Su dolor será siempre el sentirse sin pies y sin zapatos. Porque un amor con pies lo puede todo. La luz no tiene manos. Las luces rondan las cuadradas casas, se detienen en quicios y en umbrales esperando que alguien abra o cierre casualmente una puerta y las deje pasar. A servir a los mismos ojos siempre. Porque la luz de fuera, vasta, anónima quiere ser luz de dentro y su gran dicha es tener ya conciencia de sí misma entre cuatro paredes, suelo y techo, como la tiene el cuerpo humano que al fin se encuentra con amantes brazos. La pena de las luces es que no tienen manos y no saben si entrarán algún día bajo techo o si la puerta en cuyo umbral están en una de esas casas abandonadas que jamás se abren. ¿Qué van a hacer las luces y las hojas más que esperar a ciegas sus destinos que nunca serán suyos? Pero tú tienes pies, tienes zapatos nuevos, quizás recuerdes que los compramos juntos. Tu andar tan firme enorgullece al suelo y le deja sembrado de recuerdos, cual si no fuera tierra. Entonces di ¿por qué te estás tendida en las noches de enero en tu diván oyendo anuncios de abstracciones por la radio y presintiendo vendavales próximos? ¿O por qué sales al jardín vestida toda de malva, como una hoja seca, en busca de una brisa que te ame despacio y con cariño? No. Tus pasos son tuyos, sólo tuyos. Tus pasos están llenos de caminos. Álzate y quiere con los pies seguros lo que has querido vacilante hace ya muchos años con el pecho. Sólo tu paso te hace o te deshace; no los dioses que fingen entre nubes vago imperio. Yo que admiro tus piernas tan esbeltas y claras como auroras sé que uno de tus pasos puede vencer a un dios antiguo. Y que no hay fábula más hermosa que un ser cuando camina derecho a lo que quiere. A veces es un tren, o es una tienda, o es un baile de gala. A veces es otro ser, escogido muy despacio. Tú también tienes manos y conoces la medida precisa de tus guantes. Las cuidas lentamente al despertar, todos los días para que se terminen como acaban las rosas. Con ellas muchas veces estrechaste sueños que parecían otras manos. Entonces di ¿por qué miras al cielo y deshojando las constelaciones lucero por lucero dices “Sí, no, sí, no”? Tu mano, con cinco puntas como las estrellas, marca nortes mejor que ningún astro. Puede escribir las señas en los sobres, abrirles los capullos a las rosas, sacar de algún cajón algún olvido y transformar las despedidas tanto, diciendo adiós, que nadie se separe. Y además de esas gracias esenciales, tu mano firme puede abrir la puerta al tiempo que aún no ha sido. Lo puede si lo manda un amor que descienda como sangre, en donde ella ha nacido, de ella hermano, a lo largo del brazo que tanto admiran cuando vas de baile entregándolo al aire, los cisnes que te miran, melancólicos. Y mejor que escrutar los horizontes, sus intrincadas rayas sin sentido, mira a tu palma y los verás allí, horizontes de ti, líneas ciertas que han nacido contigo. Cierra la mano y sentirás en ella latir, como un ave impaciente, de vuelos en futuro, las alas de tu suerte Mírate cara a cara. No te ocultes, no me ocultes a mí, que ya los dioses no tienen en sus manos nada tuyo. Por eso yo no miro ya a las nubes olímpicas, de mármol, ni a las cifras, sin clave, por los cielos. Y desde hace unos años te miro a ti a las manos, a los pies. Te miro más arriba, donde dioses parejos, tus luceros pueden negarlo o entregarlo todo. No es el azul, el pardo, el gris, el negro el color que te viste la mirada. El color de tus ojos es de sino. |
Pedro Salinas