domenica 4 ottobre 2015

una sirena eterna




Questa notte in cui i medici guardavano in silenzio il plenilunio, un canto emerse dalla grotta, una voce millenaria di squame fece impazzire gli uomini. Quelli che ebbero sorte sono quei sordi che camminano con un arco nella mano,
UNA SIRENA ETERNA I Abre sus fauces en la noche que despliega una luz trémula, olor a gato invade las paredes, enrojecen sus ojos por la presencia del humo de cannãbis, que asalta ya su sangre. Nada ha cambiado. El mismo pantalón de hace diez años, el agua de colonia, la barba que desliza por mis muslos. Sólo en el rincón más escondido de sus ojos, hay una lágrima en silencio. Abre sus fauces, sus uñas son garras que arañan un costado, su boca se concentra en desgajar los senos de la muchacha que mira las estrellas entrar por la rendija de una cortina que cubre la ventana. II Las estrellas se apagan en el grito de la asfixia, el aroma a felino emana de su piel, se tambalea la noche entre las nubes que han tiznado la luna hasta esconderla. Empiezan a inundarse lentamente del aroma del hielo derretido de sus cuerpos. III El arquero prepara su flecha hacia la presa: gacela agazapada en el rincón de unas cobijas. IV El arquero agita la cuerda y se enternece al ver la piel en espiral, el arquero mira los párpados de la gacela inconsciente, apuntala la flecha: su piel es cuerda de la que surge la vibración certera que desgarra el silencio con tonos agudísimos. Sus pestañas, al deslizarse por el rostro, revelan una luz brotar entre los dos. El arquero detiene la flecha y acaricia el pelambre de su presa. V Los ojos de la presa están sellados por una tela de almidón, de su nariz el agua surge, los estornudos se han hecho tan frecuentes, que el hombre ha cambiado la flecha por el pañuelo azul que pasa por sus labios. VI Se escuchan los autos, el ronroneo de una mujer agazapada y la respiración de un gato. El arquero moja la tela con saliva, un gallo puntual anuncia la llegada del alba. VII El cazador deja libre a la presa: la ventana, la puerta, la reja de par en par, reciben el aire fresco y la luz cegadora del invierno. VIII La presa recobra su forma primigenia, lee las líneas secretas de su mano para evocar su estirpe, descubre la cicatriz del tiempo en su índice, se contempla en el Cenote Azul con la guirnalda de la boda. Bajo los túneles secretos que dan al mar se reconoce en el canto, en la curva final de una cola milenaria de escamas y se recuerda ayer gacela, gato, hoy mujer que guarda el secreto de un índice marchito. IX El arquero es el amante taciturno, el pañuelo es su lengua, recorre cada pie con la paciencia de un escribano cuando le dictan la carta decisiva; los tobillos, las piernas, las caderas en las que el hombre pierde el sentido, enloquece; cierra la puerta para ser fiebre y otra vez abre sus fauces. Es cazador, toma el arco, la flecha y la dispara. X La nota roja encontrará la flecha, el arco, el tizne de la luna; una mujer con olor a pescado putrefacto, espinas, escamas y una cabellera de serpientes. Al ver sus senos, un camino de sanguijuelas será la columna vertebral del reportero. Reconstruirán la historia los hombres de blanco, la nombrarán medusa. XI Afuera, un hombre rondará con su olfato por los cajones de la morgue, por la fosa común, por las tumbas de tierra fresca, por las olas del mar. XII Esa noche en que los médicos miraban en silencio el plenilunio, un canto emergió del cenote, una voz milenaria de escamas enloqueció a los hombres. Los que tuvieron suerte son esos sordos que caminan con un arco en la mano Isolda Dosamantes


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